Fábula. Ana Palacios. Tomado de internet.
Hervé era una insignificante larva de gusano que vivía en un lugar cualquiera, de no importa qué país.
Era feliz con su vida. Tenía la compañía de otros, un espacio para moverse y, lo más importante para él, podía devorar todo cuanto deseaba y eso era todo un privilegio.
Un día, mientras saciaba su voraz apetito, y sabedor de que pronto debía empezar a tejer el capullo que le cobijaría durante un tiempo, alzó sus ojos al cielo y vio una hermosa mariposa, no muy grande, pero lo suficientemente vistosa, como para que la fantasía de Hervé volviese a despertar.
La mariposa, descifró el mensaje que Hervé llevaba escrito en su mirada y se le acercó.
Ella le reconoció, sabía que ambos eran lepidópteros y que, a lo largo de su efímera vida, sufren una metamorfosis completa.
Como la mariposa ya estaba en la última fase de su evolución, podía comprender los miedos e ilusiones de Hervé.
Sin embargo, la larva estaba en la fase de crecimiento y su única función era consumir grandes cantidades de alimentos para acumular sustancias de reserva antes de entrar en la etapa de ninfa o crisálida, la fase de transformación.
Más tarde, tras ese duro periodo, llegaría la etapa adulta de expansión y, lo que en un principio fuera una insignificante oruga, se convertiría en una delicada mariposa.
Hervé, sin saber bien la razón, confió su sueño a la mariposa y ésta, mirándole con ternura, le sonrió al tiempo que le decía:
—Ahora, has de alimentarte todo lo que puedas, preparándote para el siguiente paso. Será una corta, pero difícil etapa que ha de ser auto-iniciada, por lo que tú mismo has de tejer el capullo en el que permanecerás durante un tiempo. Superada esa etapa llegará la fase de expansión y, finalmente, podrás volar.
—Solo soy un gusano, con gran necesidad de comer, ¿cómo voy a volar? —dijo la larva mirando y admirando a la mariposa.
—Eres mucho más que un gusano, —respondió la mariposa—, pero ahora no lo puedes comprender. No desesperes, vive plenamente las etapas de tu vida, todas son necesarias; no abandones tu sueño, un día se hará realidad.
Dicho esto, la mariposa le sonrió nuevamente y desapareció.
Hervé se resistía a encerrarse en el capullo, no tenía ningún interés en embarcarse en ese corto y definitivo viaje hacia lo desconocido.
Una vez dentro —se decía —ya no podría comer, ya no podría soñar, pero ¿y si la mariposa tuviese razón?, ¿y si debía pasar por este periodo, para poder volar?
Ocupado en estas reflexiones fue tejiendo y cerrando su capullo, con cierto miedo, pero con la esperanza de ver cumplido su sueño.
Finalmente, llegó el momento de salir de su refugio, la naturaleza ya había llevado a cabo la maravillosa metamorfosis de Hervé.
Estaba viviendo un momento decisivo, así que con voluntad empezó a abrir la parte alta del capullo que le albergaba y, no sin esfuerzo, fue desprendiéndose de su vieja envoltura.
Cuando sus ojos volvieron a ver la luz, algo le sorprendió.
¡No podía dar crédito a lo ocurrido!. ¡Su cuerpo tenía alas!. ¡Por fin podía volar!
Por primera vez, fue consciente de su potencial; por primera vez comprendió. ¡Había merecido la pena el esfuerzo!.
Su frágil cuerpo fue acariciado por una suave brisa.
En un momento dado, se posó delicadamente sobre una rosa roja, que parecía haber abierto sus pétalos expresamente para acogerle.
Mientras contemplaba el paisaje desde la nueva perspectiva, otra mariposa, que acababa también de eclosionar se posó sobre la rosa carmesí.
Las dos se miraron y después de beber del néctar que la flor les ofrecía, comenzaron a comunicarse como sólo las mariposas podían hacerlo.
Un color anaranjado cubría el horizonte. Los primeros rayos del sol hacían su aparición. La escena no podía ser más bella.
El ciclo se había cumplido.
Ana Palacios
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